Óscar Coello escribe en el «PRÓLOGO» de este libro: «Siglos antes de que los tuviéramos por escrito, los poemas homéricos vivieron en el aire. Eran cantados. Si no tenemos los pentagramas de la música que los acompañaba, entonces nunca nos deleitaremos con la intensidad del sonido del arte (los bellos hexámetros) que sí disfrutaron sus contemporáneos.
Dicen los estudiosos, por ejemplo, Carles Millares, que para los griegos “la poesía era voz y música, canto: desde cualquier género épico a cualquier género lírico, pues ‘cantar’ (aeídein) es verbo que atribuyen a su trabajo desde el poeta de la Ilíada hasta Píndaro”. Y cantar era entendido como “recitar o salmodiar con acompañamiento musical o cantar propiamente”. En otro momento, este autor señala con toda claridad que a la poesía le correspondía “una ejecución oral y una recepción auditiva”, siempre “con el apoyo de la música”. La poesía era para el disfrute colectivo: “Consumir poesía en privado no es algo que tuviera sentido”».